Título del original en francés: Qu’ est-ce que la propriété?
Traducción directa: A. Gómez Pinilla
Revisión: Diego Abad de Santillán
Con apéndices y notas del autor, agregados a la primera versión
española
© Editorial Proyección S.R.L., Buenos Aires, 1970
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PRÓLOGO
GEORGE WOODCOCK
“No pertenezco a ningún partido ni camarilla; no tengo
adeptos, ni colegas, ni compañeros. No he creado ninguna sec-
ta; aun cuando me lo ofrecieran, rechazaría el papel de tribuno
por la simple razón de que no deseo esclavizarme.” Esto decla-
raba Proudhon en 1840, poco después de la publicación de su
Obra ¿Qué es la propiedad?, la que habría de darle fama, amén
de ubicarlo entre los más grandes pensadores socialistas del si-
glo diecinueve.
Henos aquí ante una de esas paradójicas declaraciones en
que tanto se complacía Proudhon, pues en ella hay verdad y no
la hay. Durante el cuarto de siglo de su carrera de filósofo revo-
lucionario fue siempre una figura solitaria, que no adhirió a
ningún partido, no creó ningún movimiento formal para pro-
pagar sus ideas y trató de ser rechazado antes que aceptado.
No fue puramente maliciosa la definición que de él hizo Victor
Considérant: “Ese extraño hombre empeñado en lograr que
nadie compartiera sus puntos de vista”. Le gustaba desconcer-
tar no sólo a los burgueses sino también a los demás socialistas;
y gran deleite le dio recibir en los días más tormentosos de la
revolución de 1848 el mote de “l’homme terreur”.
Sin embargo, las ideas de Proudhon fueron tan vigorosas
que fertilizaron a muchos movimientos posteriores. “Proudhon
es el maestro de todos nosotros”, dijo su formidable admirador
ruso Miguel Bakunin, por cuyo intermedio pasaron aquellas
ideas al movimiento anarquista histórico. La Primera Interna-
cional nació principalmente por los esfuerzos de los trabajado-
res franceses, para los que la palabra de Proudhon era el evan-
gelio revolucionario, y fue destruida por la gran disputa entre
quienes apoyaban al socialismo libertario del tipo que él propi-
ciaba y quienes aceptaban el patrón autoritario concebido por
Karl Marx. Más tarde, también a impulsos de anarcosindicalistas
que se guiaban por las teorías de Proudhon sobre la acción de
la clase trabajadora, surgió la CGT, el gran movimiento gre-
mial francés, ahora prisionero del Partido Comunista. Del mis-
mo modo, en España no sólo los anarquistas sino también los federales de 1870 recibieron la influencia de sus enseñanzas, al
igual que los narodniks de Rusia. Kropotkin, Herzen y Sorel se
confesaban discípulos de Proudhon. Baudelaire lo apoyó du-
rante la revolución de 1848; Sainte-Beuve (C. A. Sainte-Beuve,
Proudhon, su vida y su correspondencia, Ed. Americalee) y
Flaubert lo admiraban por su prosa francesa clásica. Gustave
Coubert forjó sus teorías en un arte que aspiraba a expresar los
anhelos del pueblo; Péguy sufrió su influencia; hasta Tolstoi lo
estudió y tomó el título y buena parte de los fundamentos teó-
ricos de su obra maestra, La guerra y la paz, del libro de
Proudhon intitulado La Guerre et la Paix.
Este férreo individualista, que desdeñaba ganar adeptos y
no obstante ejerció tan amplia y duradera influencia en su épo-
ca y después, nació en 1809 en los suburbios de Besanzon. Sus
padres eran de extracción campesina y provenían de las monta-
ñas del Franco Condado, rincón de Francia cuyos naturales son
famosos por su fuerte espíritu de independencia: “Soy de la
más pura piedra jurásica”, expresó en una oportunidad. El pa-
dre era tonelero y cervecero, y su cerveza era muy superior a
sus habilidades comerciales. Siempre que fracasaba en alguna
de sus aventuras económicas, cosa bastante frecuente, la fami-
lia regresaba a la granja ancestral. Proudhon recuerda una in-
fancia austera aunque en muchos aspectos idílica.
“En casa de mi padre, nos desayunábamos con potaje de
maíz; al mediodía comíamos patatas y por la noche, tocino. Y
así todos los días de la semana. Pese a los economistas que tan-
to ensalzan la dieta inglesa, nosotros, con esa alimentación ve-
getariana, nos manteníamos gordos y fuertes. ¿Sabéis por qué?
Porque respirábamos el aire de nuestros campos y vivíamos del
producto de nuestros propios cultivos.”
Hasta el fin de sus días, Proudhon siguió siendo en el fondo
de su corazón un campesino que idealizó las condiciones duras
pero satisfactorias de su niñez. Esto influyó sobre su enfoque
de la vida al punto que su imagen de una sociedad digna inclu-
yó siempre como punto de partida el que cada granjero tuviera
derecho a usar la tierra que podía cultivar y cada artesano con-
tara con el taller y las herramientas necesarias para ganarse el
sustento.